lunes, 27 de septiembre de 2010

Reflexiones de un ajedrecista

EL CHUSMERIO COMO AUTODEFENSA
escribe Rufino Marín
rufinomarin3@hotmail.com

Es frecuente oír el comentario “este barrio es un chusmerío”. Lo cual, si bien generalmente es cierto, no nos detenemos a pensar cuáles son las motivaciones que lo originan ni sus consecuencias y desviaciones.
Si bien hay gente que solo se ocupa de conocer y comentar la vida íntima de sus vecinos, conocidos y amistades, la proliferación de esta costumbre, que termina contagiando a quienes no lo son inicialmente, tiene en última instancia un fondo de autodefensa; cuanto más conozcamos la intimidad del prójimo, mejor sabremos como tratarlo y mejor sabremos como defendernos. Siempre desconfiamos de los desconocidos, especialmente de las personalidades ingobernables.“¿Quién será este que entra y sale y no se da con nadie?” “¿A dónde irá ésta, a estas horas y tan bien arreglada?” “¡Vaya a saber uno en qué andarán!”. Estos comentarios, tan comunes en todos los vecindarios, tienen presupuestos subconscientes de calcular eventuales peligros imprevistos. Lo nefasto del caso es que ante la ignorancia, se prejuzga; o se juzga a priori evaluando las informaciones o suposiciones que nos acaecen, por lo general erróneas o incompletas. Cuando por cualquier circunstancia arribamos a un pueblo chico o a un barrio con habitantes de muchos años, lo primero que nos dicen es: “Este es un lugar tranquilo, acá nos conocemos todos”. Esto se dice con una mezcla de orgullo y trasuntando seguridad, para continuar inmediatamente con un “¿Y usted a qué se dedica?”, seguido por una serie de preguntas tipo prontuario y con carácter de declaración jurada, mientras somos escrutados como para formarse un concepto acerca de la veracidad de nuestras respuestas. Como en todos los órdenes de la vida, la vulgaridad desconfía de todo lo que no conoce por instinto de preservación y especialmente de la gente demasiado libre, porque son inalcanzables. Parte de razón tienen, ante la indefensión del pueblo frente a un sistema corrupto, donde el dinero es lo que más vale y donde la justicia recae solamente en los ineptos. No va preso el delincuente, sino el que la hizo mal. El problema es que el miedo es muy mal consejero y cuando lo padecemos somos injustos o cometemos estupideces como las que se realizan bajo ataques de pánico. Tengamos en cuenta que la pulsión de agresión es secundaria y consecuencia de la primaria de defensa, que a su vez deriva del instinto de preservación. Al igual que los animales irracionales, atacamos primero por miedo a ser atacados. Los seres más agresivos son los más miedosos. Un claro ejemplo que podemos comprobar a diario, es la actitud agresiva de los perros ante quienes les tienen miedo. El fino olfato del perro, huele a adrenalina, la que descargamos tanto por miedo como por furia; el perro, como no razona, no sabe el motivo y cuando huele a adrenalina, por instinto de conservación, ataca primero. Los seres humanos, cuanto menos razonan, más se les asemejan. Hasta ahí creo que está claro que las motivaciones que originan el chusmerío son producto, muchas veces, de la autodefensa. El problema grave empieza con las consecuencias y desviaciones que originan otra parte del análisis:

LA IGNORANCIA COMO MAL IMPENSADO
Es así como lo que en principio es una razón de autodefensa, se desvía por la ignorancia con consecuencias que los que participan no sospecharon y ni siquiera desearon. La desconfianza ilimitada, cuando está asociada a la ignorancia, provoca tanto la xenofobia como las injusticias de todo tipo. El xenófobo no solo culpa de presuntos males eventuales a gente de otras etnias, otros idiomas, otras religiones u otro color de piel, sino que discrimina hasta a aquellos que, pese a ser iguales a ellos, pertenecen o son oriundos de otros lugares. Independientemente de los muchos casos de delincuencia común en los cuales fuera inculpado un inocente, porque simplemente no lo conocían o porque supusieron evidencias discutibles y circunstanciales no probadas, el ejemplo más patético se produjo durante los años de la tiranía genocida en la Argentina , cuando los vecinos denunciaban a todo aquel que no conocían o no sabían “en qué andaban”. La denuncias más frecuentes eran: “Hay gente nueva que no conocemos y no sabemos a qué se dedican”, “Hay movimientos raros en la casa”, “Entra y sale gente que no sabemos quiénes son”, “Tenemos miedo que puedan ser peligrosos”, “A ver si en una de esas ponen una bomba”, “Por ahí, uno la liga de rebote; yo tengo miedo sobre todo por los chicos”, etc. Estas denuncias, que eran oídas de inmediato por la represión que actuaba veloz y sanguinariamente, contribuyeron a incrementar el terrorismo de Estado por temor al terrorismo. Cuando las denuncias no eran consideradas, era porque los “nuevos” en realidad resultaban ser informantes solapados que rápidamente hacían amistades en el vecindario, con el objetivo de cumplir sus órdenes. No me cabe la menor duda que muchas de estas denuncias, tal vez la mayoría, fueran hechas sin mala intención y mucho menos sin sospechar las consecuencias. El chusmerío sumado a la ignorancia, fue la simbiosis de los “idiotas útiles” que utilizaron las Fuerza Armadas contra el pueblo. Lo que comienza siendo un mecanismo de autodefensa, al desviarse e hipertrofiarse, termina siendo la razón por la cual hoy, en el 2010, la generación de entre 30 y 35 años, deba preguntar: “¿Qué hiciste tú durante la represión, papá?”.

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